Se cierra con este volumen la primera colección del Almanaque de los Pirineos, que ha abarcado en ocho libros el relato histórico-periodístico de la vertiente aragonesa de la cordillera desde 1910 a 1985.
La década de 1975 a 1985 es la más analizada y recordada de la historia reciente de España. La muerte de Franco, la transición, el destape, los socialistas, la movida, el primer desencanto democrático…
Una y otra vez, la televisión, el cine y los medios en general vuelven sobre aquellos años. Por eso es la década que menos presentación necesita, al menos en su contexto nacional e internacional, de todas las que han conformado esta colección que termina. Otra cosa quizás es el repaso de esta década en el ámbito pirenaico, en el que sorprendentemente es uno de los periodos más ignorados.
Quizá ese aspecto de que no necesita presentación y de su relativa cercanía en el tiempo ha influido para que esta séptima edición recoja menos aspectos de contexto internacional; tan solo cuatro reportajes de lo que fueron aspectos clave en la sociedad de los años ochenta: la hambruna en África (Etiopía) y la solidaridad internacional, el SIDA, los magnicidios y el ecologismo. También es cierto que en esta década el ritmo vital se ha acelerado y había muchas más cosas que contar sin salir de estas montañas.
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El Almanaque de los Pirineos ha huido conscientemente de la política, aunque en España lo impregnara todo. Ha huido del batiburrillo de siglas, de fechas de elecciones históricas y de resultados, y se ha fijado más, como siempre ha hecho, en los fenómenos sociales que tenían lugar en el Pirineo; la mayoría, por otra parte, con trasfondo político. Solo un reportaje aborda la política propiamente dicha y es a través de tres personajes en movimientos y puestos clave que ayudan a describir someramente el proceso a escala altoaragonesa.
Los movimientos sociales serán los grandes protagonistas del periodo. Las luchas contra los pantanos de Añisclo, Campo y Berdún o contra las centrales nucleares en el valle del Ebro; las luchas sindicales, en favor de la conservación del patrimonio o reclamando un hospital sirven de cauce para el posicionamiento político y para que se dé una auténtica explosión en el mundo asociativo: Acuso en
Barbastro, Mozalla en Jaca, Chen en Biescas… Surgen incluso antes que los sindicatos y los partidos. Antes que UAGA o el PSA. Sobre todo porque las asociaciones era lo único permitido por la legalidad vigente.
También la recuperación del folklore tiene un claro matiz político en esta década. A finales de los setenta y en los primeros años de los ochenta se recuperan La Morisma de Aínsa y La Mojiganga de Graus, se inaugura el Museo de Serrablo y se forman grupos folklóricos casi en cada valle: el grupo Biello Sobrarbe, el Grupo Folklórico Alto Aragón, Val d’Echo, Santiago de Sabiñánigo, el Corro de Bailes de San Chuan de Plan… Recuperar las señas de identidad del territorio tras cuatro décadas de aculturación y Sección Femenina es también una forma de hacer política y de hacer país.
A este fenómeno del despertar folklórico se uniría casi en los mismos escenarios la canción protesta; los cantautores, con José Antonio Labordeta, Joaquín Carbonell y La Bullonera como grandes estandartes de un fenómeno que recorrerá nuestros pueblos y hará despertar la conciencia aragonesa al tiempo que lo hacía la amenaza del trasvase del Ebro.
El ejemplo más significativo del trascendente fenómeno asociativo es la Asociación de Amigos de Sobrarbe y Ribagorza, que reunirá a los jóvenes más preparados, posicionados y emprendedores de ambas comarcas y logrará sacar adelante el mejor periódico del momento, El Ribagorzano, para después convertirse en el grupo que dominará la política oscense a partir de mediados de los ochenta.
El Pirineo aragonés en la época es ya el que tenemos hoy. El de la lucha contradictoria entre el desarrollismo, el desierto demográfico y la protección medioambiental. El territorio, ya despoblado, se debate en esta época entre el apoyo a Emilio el de Jánovas o acudir a la inauguración del túnel de Bielsa. Tan pronto mira a las decenas de pueblos comprados por el Icona para sus repoblaciones forestales como al gran capital, que llega con la intención de construir una estación de esquí alpino en cada valle de los Pirineos.
En el paisaje, a las hidroeléctricas se han sumado ahora los del petróleo –al final fue gas- que también hacen pistas y accesos por donde nunca los hubo y prometen centenares de puestos de trabajo que terminan de nuevo en chasco.
Años después de la Universiada 81, cuando parecíamos recién llegados a la modernidad, tuvieron lugar dos hechos que nos devolvieron a la España profunda: los fusilamientos de Abena y la caravana de Plan. Dos fenómenos informativos que ejemplifican bien las graves carencias socioculturales de un país en el que solo quedaron unos pocos y que tuvieron que luchar contra lo apetecible y barato que resulta comprar (o robar, como lo haría Erik el belga) un desierto que parece no ser viable económicamente.
Porque es ahora cuando se hunde definitivamente la madera, que tantos ingresos ha generado, cuando finalizan las experiencias hidroeléctricas a pequeña escala y se cava ya la fosa de la ganadería y la agricultura de montaña. Todo lo que ha permitido la vida en la montaña se ha venido abajo con el desarrollo. Se venden las cadieras, los trillos y las vírgenes, y poco después se construyen museos para recoger lo poco que ha quedado. En estos años llamados del abandono, en el horizonte solo se ve turismo. Y hormigón, como se decía en Jaca.
La libertad sin embargo traerá la reflexión sobre el modelo, la extensión de la educación y la sanidad, y otros muchos derechos. La generación mejor preparada de altoaragoneses comienza a regresar a cuentagotas para, de algún modo, intentar rehacer el país. Habrá que volver a hacer queso, a fabricar galletas, a criar terneros, a vender ternascos y pastillas de cloro… a mirar a largo plazo y dejar de vender a corto. Y en esas estamos. Así seguimos hoy en día.
Y es por eso que nos quedamos aquí. Se cierra con este volumen la primera colección del Almanaque de los Pirineos, que ha abarcado en ocho libros el relato histórico-periodístico de la vertiente aragonesa de la cordillera desde 1910 a 1985. La colección se quedará allí porque la distancia de 35 años con los hechos es la mínima, entendemos, para que la perspectiva pueda ayudar a trazar el relato reposado de lo sucedido.
El Almanaque de los Pirineos iniciará el año próximo una colección temática de los siglos XIX y XX en el Pirineo aragonés que tendrá la misma vocación que la que ha tenido la que ahora se cierra, la de recuperar y poner en valor hechos y personajes. Poner en valor el país. Ojalá nos acompañéis a seguir andando el camino.
Este volumen es, contra pronóstico, el más fotográfico gracias a la colaboración de muchas personas y colectivos. El Rolde de Estudios Aragoneses nos ha permitido el uso del exiguo, pero interesante archivo de Andalán, que lo conserva tras una cesión hace unos años. El foto periodista de Huesca y Diario del Altoaragón, Víctor Ibáñez, nos ha cedido también de forma altruista y “a demanda” grandes imágenes que pueden ilustrar una década. También Amigos de Serrablo, Pedro Juanín, Ángel Mesado, Anabel Bonsón, Álvaro Gairín, José Buil de Saint Lary y muchos otros. Mención expresa merece la oportunidad de tener también a nuestra disposición la descomunal colección de pegatinas del montisonense Chorche Paniello. En fin, cada persona que aparece en el capítulo de agradecimientos en la página 2 tiene un trocito de este libro. Ellos lo saben.
Llegados al final procede también un agradecimiento general de toda la colección, que no hubiera sido posible sin el respaldo de la Diputación Provincial de Huesca, de las comarcas de Jacetania, Alto Gállego y Ribagorza, y de más de veinte ayuntamientos que han insertado publicidad o adquirido ejemplares; algunos de ellos (Ansó, Castiello de Jaca, Villanúa y Sabiñánigo) en las siete ediciones y otros, como el Ayuntamiento de Jaca, Hecho, Berdún o Biescas, en casi todas ellas. A todos ellos. Y sobre todo a las personas que hay detrás, gracias.
Y qué decir de los tres amigos con negocio, Francisco J. Ponce, José Juan Prado y Antonio Palacios, que han colaborado también siete años consecutivos con la publicidad del Restaurante La Cadiera, Prado Jaca y la pastelería La Imperial. Tres patrocinadores culturales, con lo que cuesta encontrarlos, en los que el roce influye más que el rédito.
Excepto del primer volumen, prácticamente agotado, quedan por vender ejemplares del resto, así que animen a sus amistades a que completen la colección, que ahora que termina es cuando mejor se valorará.
Sergio Sánchez
Pirineum editorial